Es una carrera de obstáculos, la atención se centra sobre todo en no tirar ninguno a lo largo del camino. Se requiere una concentración absoluta de los sentidos, a fin de lograr un rendimiento máximo, dentro de las posibilidades físicas o mentales de cada participante.
Hay cosas que no conviene hacer, no se puede desviar la mirada al exterior, al aire, a la naturaleza, solo a los otros que corren completamente pegados a una.
Las pausas en el camino son impensables y no recomendables, el objetivo es uno y a tal fin estuvieron entrenados los atletas. Están provistos de orejeras invisibles y corren en una sola dirección.
Los obstáculos, las vallas, pueden ser de diferentes alturas imprevistas, pero nunca desaparecen de la vista, por eso la tensión no debe de aflojar en ningún momento. Las piernas no caminan, vuelan. Los brazos no cuelgan inermes, colaboran en ese esfuerzo sobrehumano y la mente, sobre todo, precede a sus miembros y es la que más empeño pone en conseguirlo. Vistos desde las barreras, crispados de tal manera, se diría que fuerzas invisibles los empujan, incontenibles en su forzada marcha.
Hay días maratonianos, de uso obligatorio de reloj, es una contrarreloj implacable que anula todos los sentidos. Una no se pregunta cómo camina, ni hacia dónde, ni porqué, ni con qué ritmo. Las actividades son tantas que las veinticuatro horas quedan escasas, además no hay una meta única, como en el caso de los atletas, sino múltiples, una vez cumplida la primera, se vuelve otra vez a la salida para acometer la siguiente sin demora.
Así en nuestra vida rutinaria, debemos con frecuencia ocuparnos de divergentes cuestiones, no son precisamente placeres, más bien obligaciones ineludibles y no bien terminamos una y respiramos de alivio, ya tenemos otra pendiente detrás, de manera que debemos recobrar en pocos segundos las fuerzas restantes para emprender con éxito la siguiente. En estos casos, una no se siente entera, sino bastante partida e intenta realizar todos los asuntos correctamente, aunque sabe que alguno quedará descolgado por el camino, puesto que cuanto más esparcimiento haya de objetivos, más difícil será conseguirlos.
Más tarde, cuando una disfruta del reposo de la noche y se observa a sí misma cabalgando a galope para rebasar los innumerables obstáculos hallados en su recorrido, piensa en ese día extenuante y le parece que este se ha reducido a saltar impedimentos sobrevenidos.
Por lo tanto, hay días maratonianos, no son voluntarios, ni gratificantes, ni distendidos, embotan nuestros sentidos, convierten nuestro alrededor en inexistente. Sólo tienen consistencia real nuestras acciones.
¿En dónde está la constatación de que hayan sido vividos?
22-enero-2003
Deja una respuesta