El miedo agarrota, paraliza.
El asombro, la admiración deja en el rostro una plácida expresión ante aquello que se contempla.
Es el deleite de la armonía o del caos comunicados con estéticos trazos.
A veces estos producen un impacto a la vista y a todos los sentidos, a causa de tantas impresiones transmitidas con maestría, aunque nos pueda remover las entrañas.
Por el contrario, cuando bajo nuestra mirada se hallan unas burdas pinceladas, sobre cuadros llamativos, sin finura, ni alma creativa, carentes de exacerbada pasión o de adquirida técnica, nuestro rostro, nuestro espíritu, nuestra mente enmudecen, permanecen inmóviles en el transcurso de la referida contemplación, impotentes ante tamaño horror.
Sobreira, 16 de agosto 2017
Deja una respuesta