María Zambrano

1904-1991

María Zambrano Alarcón nació en Vélez-Málaga, el 22 de abril de 1904.
Filósofa y ensayista, durante los años de la II República española, participó en las Misiones Pedagógicas, donde entabló contacto y amistad con Luis Cernuda, Rafael Dieste, Ramón Gaya, Miguel Hernández, Camilo José Cela o Arturo Serrano Plaja, entre otros.
Su marido se incorporó al ejército, y colaboró en defensa de la República como Consejero de Propaganda y Consejero Nacional de la Infancia Evacuada, consumada prácticamente la victoria de los sublevados franquistas, el 28 de enero de 1939 cruzó la frontera francesa, camino del exilio.
Tras varios años en América Latina, volvió a Europa, y en por fin, en 1981 fue recompensada con el Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades.
El 20 de noviembre de 1984, pisó de nuevo suelo español instalándose en Madrid. En esta última etapa su actividad intelectual fue incansable, siendo nombrada Hija Predilecta de Andalucía, el 28 de febrero de 1985.
En 1987, se constituyó en Vélez-Málaga la Fundación que lleva su nombre, y en 1988 se le concedió el Premio Cervantes.
Murió en Madrid, el 6 de febrero de 1991, siendo enterrada en Vélez-Málaga.

El método. La razón-poética
Un método es un camino, una vía por la que se empieza a caminar. Lo curioso aquí es que el descubrimiento de este camino no es distinto de la propia acción que ha de llevar al cumplimiento de quien la realiza. Lo propio del hombre es abrir camino, dice Zambrano, porque al hacerlo pone en ejercicio su ser; el propio hombre es camino.
La acción ética por excelencia es abrir camino, y esto significa proporcionar un modo de visibilidad, pues lo propiamente humano no es tanto ver como dar a ver, establecer el marco a través del cual la visión —una cierta visión— sea posible. Acción ética, pues, al par que conocimiento, ya que al trazar el marco se abre un horizonte, y el horizonte, cuando se despeja, procura un espacio para la visibilidad.
Puede decirse que el pensamiento de María Zambrano es una filosofía «oriental» en el sentido en que utilizaban el término los místicos persas: como un tipo de conocimiento que se origina al oriente de la Inteligencia, allí donde el sol o la luz se levanta. Una filosofía por tanto que trata de la visión interior, una filosofía de la luz de aurora. Y la luz inteligible es, claramente en Zambrano, el albor de la conciencia, que no siempre ha de ser la de la razón, o no solo, o no del todo, pues la razón habrá de ser asistida por el corazón para que esté presente la persona toda entera. La visión depende, efectivamente de la presencia, y quien ha de estar presente es el sujeto, conciencia y voluntad unidos.
La razón-poética, el método, se inicia como conocimiento auroral : visión poética, atención dispuesta a la recepción, a la visión develadora. La atención, la vigilante atención ya no rechaza lo que viene del espacio exterior, sino que permanece abierta, simplemente dispuesta. En estado naciente, la razón-poética es aurora, develación de las formas antes de la palabra. Después, la razón actuará revelando; la palabra se aplicará en el trazo de los símbolos y más allá, donde el símbolo pierde su consistencia mundana manteniendo tan solo su carácter de vínculo. Entonces es cuando la razón-poética se dará plenamente, como acción metafórica, esencialmente creadora de realidades y ante todo de la realidad primera: la de la propia persona que actúa trascendiéndose, perdiéndose a sí misma y ganando el ser en la devolución de sus personajes.
Razón, pues, pero razón sintética que no se inmoviliza en análisis y deducciones arborescentes; razón que adquiere su peso, su medida y su justificación (su justicia: su equilibrio) en su actividad, siguiendo el ritmo del latir, la propia pulsión interior. Este tipo de razón, a la que Zambrano no ha dudado en llamar «método» no aspira a establecer ningún sistema cerrado. Aspira — aspiración que proviene del alma o aliento de vida— a abrir un lugar que se ensanche como un claro en medio del bosque, ese bosque en que consiste el espíritu-cuerpo de aquel que se cumple en/con el método.
La razón-poética, esencialmente metafórica, se acerca sin apenas forzar el paso, al lugar donde la visión no está in-formada aún por conceptos o por juicios. Rítmicamente, la acción metafórica traza una red comprensiva que será el ámbito donde la razón construya poéticamente. La realidad habrá de presentarse entonces reticularmente, pues este es el único orden posible para una razón que pretende la máxima amplitud y la mínima violencia.
Verdad, realidad y lenguaje
La idea de conocimiento poética o de razón poética lleva consigo una determinada manera de concebir la verdad, la realidad y el lenguaje. Son diversas las perspectivas que se han planteado acerca de estos conceptos.
La realidad que se presenta al conocer poético es aquel fondo en el que reside lo enigmático, lo misterioso, lo sagrado. «La realidad», como ha escrito María Zambrano, «se presenta al hombre que no ha dudado […] es algo anterior a las cosas, es una irradiación de la vida que emana de un fondo de misterio; es la realidad oculta, escondida; correspondiente en suma a lo que hoy llamamos sagrado» (El hombre y lo divino).
La palabra realidad, en el contexto del conocimiento poético, apunta a todo aquello que el ser humano experimenta poéticamente como fundamental (la vida, el ser), y de ahí que Zambrano acuda a metáforas como la raíz, el corazón, etc.
El pensamiento de María Zambrano es verdaderamente pensamiento filosófico, metafísico, pero en la medida en que se sitúa en la frontera de lo que es accesible a la razón discursiva, es un pensamiento que se acerca a la mística.
Ahora bien, la realidad solamente es accesible en la actitud no violenta, si no «piadosa» y receptiva del que sabe esperar, escuchar y acoger. De ahí que la verdad se entienda como un don que se recibe «pasivamente», y fundamentalmente como revelación.
Esta verdad, no se revela ni manifiesta en cualquier forma de lenguaje, sino en la palabra poética. Esta no es la palabra que sirve como instrumento de dominio, que nombra y define las cosas para dominarlas y apoderarse de ellas. Tampoco se considera instrumento de comunicación.
En la palabra auténtica, más que comunicación, hay «comunión» entre quienes la escuchan y entienden. Claros del bosque (su obra más importante, quizá, la más sugestiva de todas), esta filósofa señala que «la palabra no destinada al consumo es la que nos constituye: la palabra que no hablamos, la que habla en nosotros y nosotros, a veces, trasladamos en decir».
Todas estas reflexiones de María Zambrano apuntan a instaurar pensamiento poético, un pensamiento capaz de superar el abismo entre filosofía y poesía (esta es la gran preocupación de Zambrano). Justamente este intento hace que en su discurso parezcan confundirse dos niveles distintos:
El nivel de la reflexión filosófica acerca de la insuficiencia del racionalismo: es un discurso filosófico.
El nivel de «trasladar al decir» es filosófico y de carácter místico-poético. Esta dualidad de planos es, quizá, lo que hace más interesante la lectura de su obra Claros del bosque.

Obra filosófica-poética:
Hacia un saber del alma,1934
Filosofía y poesía, 1939
Delirio y destino, 1953
Claros del bosque, 1977
La tumba de Antígona, 1967
De la aurora, 1986
La respuesta de la filosofía, 1990
El agua ensimismada, 2001

Fuente: wikipedia.

Selección poética:

Y así me he ido quedando a la orilla. Abandonada de la palabra, llorando interminablemente como si del mar subiera el llanto, sin más signo de vida que el latir del corazón y el palpitar del tiempo en mis sienes, en la indestructible noche de la vida. Noche yo misma.

 

El agua ensimismada

Para Edison Simons

El agua ensimismada
piensa o sueña?
El árbol que se inclina buscando sus raíces,
el horizonte,
ese fuego intocado,
¿se piensan o se sueñan?
El mármol fue ave alguna vez;
el oro, llama;
el cristal, aire o lágrima.
¿Lloran su perdido aliento?
¿Acaso son memoria de sí mismos
y detenidos se contemplan ya para siempre?
Si tú te miras, ¿qué queda?

El agua ensimismada

Delirio del incrédulo

Bajo la flor, la rama;
sobre la flor, la estrella;
bajo la estrella, el viento.
¿Y más allá?
Más allá, ¿no recuerdas? , sólo la nada.
La nada, óyelo bien, mi alma:
duérmete, aduérmete en la nada.
[Si pudiera, pero hundirme… ]
Ceniza de aquel fuego, oquedad,
agua espesa y amarga:
el llanto hecho sudor;
la sangre que, en su huida, se lleva la palabra.
Y la carga vacía de un corazón sin marcha.
¿De verdad es que no hay nada? Hay la nada.
Y que no lo recuerdes. [Era tu gloria.]
Más allá del recuerdo, en el olvido, escucha
en el soplo de tu aliento.
Mira en tu pupila misma dentro,
en ese fuego que te abrasa, luz y agua.
Mas no puedo.
Ojos y oídos son ventanas.
Perdido entre mí mismo, no puedo buscar nada;
no llego hasta la nada.

El agua ensimismada

Si esta…

Si esta paloma se quema,
no es sólo en la zarza ardiente
sino bebiendo en una fuente
que corre entre la alhucema.
Fuente viva y con amor
que va hacia la noche oscura,
pero nace de la pura
claridad de un ancho frescor
de Misericordia que es llave
del mejor humano
y tierra y sol de su mies.
Y esta paloma en su vuelo
lleva un aire castellano
por lo universal del cielo.

Que todo se apacigüe…

Que todo se apacigüe como una luz de aceite.
Como la mar si sonríe,
como tu rostro si de pronto olvidas.
Olvida porque yo he olvidado
ya todo. Nada sé.
Cerca de ti nada sé.
Nada sé bajo tu sombra, amarilla
simiente del árbol del olvido.
Y todo volverá a ser como antes.
Antes, cuando ni tú ni yo habíamos nacido.
Pero, ¿nacimos acaso?… O tal vez, no,
todavía no.
Nada, todavía nada. Nunca nada.
Somos presente sin pensamientos.
Labios sin suspiros, mar sin horizontes,
como una luz de aceite se ha extendido el olvido.

La llama

Asistida por mi alma antigua, por mi alma primera al fin recobrada, y por tanto tiempo perdida. Ella, la perdidiza, al fin volvió por mí. Y entonces comprendí que ella había sido la enamorada. Y yo había pasado por la vida tan sólo de paso, lejana de mí misma .Y de ella venían las palabras sin dueño que todos bebían sin dejarme apenas nada a cambio. Yo era la voz de esa antigua alma. Y ella, a medida que consumaba su amor, allá, donde yo no podía verla; me iba iniciando a través del dolor del abandono. Por eso nadie podía amarme mientras yo iba sabiendo del amor. Y yo misma tampoco amaba. Sólo una noche hasta el alba. Y allí quedé esperando. Me despertaba con la aurora, si es que había dormido. Y creía que ya había llegado, yo, ella, él… Salía el Sol y el día caía como una condena sobre mí. No, no todavía.

Hacia un saber sobre el alma


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