1920-1999
Olga Nilda Gugliotta Orozco, Olga Orozco (Toay, La Pampa; 17 de marzo de 1920 – Buenos Aires; 15 de agosto de 1999) fue una poeta argentina.
Era hija de Carmelo Gugliotta, un siciliano de Capo d’Orlando y de la argentina Cecilia Orozco. Pasó sus primeros años entre Toay (La Pampa) y Buenos Aires. En 1928, la familia se mudó a Bahía Blanca y ocho años más tarde a Buenos Aires. Estudió en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, donde se recibió de maestra. Desde muy joven fue una de las integrantes del grupo literario surrealista, al cual pertenecían a su vez, entre otros, Oliverio Girondo y Ulises Mezzera.
Trabajó en periodismo empleando varios seudónimos y dirigió, también, algunas publicaciones literarias. Así, colaboró en la revista Canto que dirigía su primer esposo, el poeta Miguel Ángel Gómez y reunía a la llamada Generación de 1940. Por esa época hacía comentarios sobre teatro clásico español y argentino en Radio Municipal; fue actriz teatral (encarnó el personaje de Mónica Videla entre 1947 y 1954) y trabajó en Radio Splendid en la compañía de Nydia Reynal y Héctor Coire. En los años sesenta fue redactora en la revista Claudia y organizó el horóscopo del diario Clarín entre los años 1968 y 1974.
Formó parte de la generación «Tercera Vanguardia», de marcada tendencia surrealista, y basó su producción poética en la influencia que en ella ejercieran San Juan de la Cruz, Arthur Rimbaud, Gérard de Nerval, Charles Baudelaire, Czeslaw Milosz y Rainer Maria Rilke. Lo más importante de su producción se encuentra en los poemarios, de alguna manera prolongados en un libro de prosas poéticas narrativas La oscuridad es otro sol (1967).
La influencia de los relatos en boca de su abuela María Laureana la llevaron a desarrollar una poética en donde la infancia es una puerta iniciática. Su vínculo con el tarot la lleva a escribir poemas como «Cartomancia» o «Para destruir a la enemiga». Olga Orozco ritualiza cada gesto vinculado con el acto de escribir. Así, por ejemplo, solía repetir en entrevistas que acostumbraba escribir con una piedra en cada mano. Una traída de donde nació su padre, otra de la tierra de su madre y una tercera que le había obsequiado un amigo de la infancia cuando se muda de Toay a Bahía Blanca.
Orozco se caracteriza por una inteligencia sutil que le permite una extraordinaria capacidad para recurrir a los tropos —una característica suya es el uso frecuente y logrado que hace del oxímoron; también sabe hacer uso de versículos en los que desarrolla una especial y visionaria imaginación pródiga en expresiones, siendo sus temas frecuentes la evocación de la niñez, que asimila con la época del paraíso perdido, la adolescencia – época de la desvelación – o, en última instancia, el recurso de la memoria en donde el tiempo parece a resguardo y recuperable ante la muerte.
Su gran amor fue el arquitecto Valerio Peluffo, con quien se casó en 1965. Después de la muerte de Peluffo, acaecida en 1990, le dedicó el poema, «En la brisa», un momento, que contiene los siguientes versos:
Ah, si pudiera encontrar en las paredes blancas de la hora más cruel
esa larga fisura por donde te fuiste,
ese tajo que atravesó el pasado y cortó el porvenir,
acaso nos veríamos más desnudos que nunca,
como después de nunca,
como después del paraíso que perdimos,
y hasta quizás podríamos nombrarnos con los últimos nombres,
esos que solamente Dios conoce,
y descubrir los pliegues ignorados de nuestra propia historia
cubriendo las respuestas que callamos,
Obra poética:
• Desde lejos, 1946
• Las muertes, 1952
• Los juegos peligrosos, 1962
• La oscuridad es otro sol, 1967
• Museo salvaje, 1974
• Veintinueve poemas, 1975
• Cantos a Berenice, 1977
• Mutaciones de la realidad, 1979
• La noche a la deriva, 1984
• Páginas de Olga Orozco, 1984. Antología con prólogo de Cristina Piña
• En el revés del cielo, 1987
• Con esta boca en este mundo, 1994
• También la luz es un abismo, 1995
• Relámpagos de lo invisible, 1998. Antología
• Eclipses y fulgores, 1998. Antología
• Últimos poemas, 2009
• El jardín posible, 2009. Antología con prólogo de Marisa Negri
• Poesía completa, 2012. Adriana Hidalgo Editora
• Yo Claudia. Antología de su obra periodística a cargo de Marisa Negri, 2012. Ediciones en Danza.
• Cantos a Berenice, ilustrado por Martino,2015. Ediciones en Danza, incrustadas tal vez como piedras preciosas en el fondo del alma.
Tres poemas seleccionados:
En el final era el verbo
Como si fueran sombras de sombras que se alejan las palabras,
humaredas errantes exhaladas por la boca del viento,
así se me dispersan, se me pierden de vista contra las puertas del silencio.
Son menos que las últimas borras de un color, que un suspiro en la hierba;
fantasmas que ni siquiera se asemejan al reflejo que fueron.
Entonces ¿no habrá nada que se mantenga en su lugar,
nada que se confunda con su nombre desde la piel hasta los huesos?
Y yo que me cobijaba en las palabras como en los pliegues de la revelación
o que fundaba mundos de visiones sin fondo
para sustituir los jardines del edén sobre las piedras del vocablo.
¿Y no he intentado acaso pronunciar hacia atrás todos los alfabetos de la muerte?
¿No era ese tu triunfo en las tinieblas, poesía?
Cada palabra a imagen de otra luz, a semejanza de otro abismo,
cada una con su cortejo de constelaciones, con su nido de víboras,
pero dispuesta a tejer y a destejer desde su propio costado el universo
y a prescindir de mí hasta el último nudo.
Extensiones sin límites plegadas bajo el signo de un ala,
urdimbres como andrajos para dejar pasar el soplo alucinante de los dioses,
reversos donde el misterio se desnuda,
donde arroja uno a uno los sucesivos velos, los sucesivos nombres,
sin alcanzar jamás el corazón cerrado de la rosa.
Yo velaba incrustada en el ardiente hielo, en la hoguera escarchada,
traduciendo relámpagos, desenhebrando dinastías de voces,
bajo un código tan indescifrable como el de las estrellas o el de las hormigas.
Miraba las palabras al trasluz.
Veía desfilar sus oscuras progenies hasta el final del verbo.
Quería descubrir a Dios por transparencia.
Esa es tu pena…
Esa es tu pena.
Tiene la forma de un cristal de nieve que no podría existir si no existieras
y el perfume del viento que acarició el plumaje de los amaneceres que no vuelven.
Colócala a la altura de tus ojos
y mira cómo irradia con un fulgor azul de fondo de leyenda,
o rojizo, como vitral de insomnio ensangrentado por el adiós de los amantes,
o dorado, semejante a un letárgico brebaje que sorbieron los ángeles.
Si observas al trasluz verás pasar el mundo rodando en una lágrima.
Al respirar exhala la preciosa nostalgia que te envuelve,
un vaho entretejido de perdón y lamentos que te convierte en reina del reverso del cielo.
Cuando la soplas crece como si devorara la íntima sustancia de una llama
y se retrae como ciertas flores si la roza cualquier sombra extranjera.
No la dejes caer ni la sometas al hambre y al veneno;
sólo conseguirías la multiplicación, un erial, la bastarda maleza en vez de olvido.
Porque tu pena es única, indeleble y tiñe de imposible cuanto miras.
No hallarás otra igual, aunque te internes bajo un sol cruel entre columnas rotas,
aunque te asuma el mármol a las puertas de un nuevo paraíso prometido.
No permitas entonces que a solas la disuelva la costumbre, no la gastes con nadie.
Apriétala contra tu corazón igual que a una reliquia salvada del naufragio:
sepúltala en tu pecho hasta el final, hasta la empuñadura.
Mujer en su ventana
Ella está sumergida en su ventana contemplando las brasas del anochecer, posible todavía.
Todo fue consumado en su destino, definitivamente inalterable desde ahora
como el mar en un cuadro, y sin embargo el cielo continúa pasando
con sus angelicales procesamientos.
Ningún pato salvaje interrumpió su vuelo hacia el oeste; allá lejos
seguirán floreciendo los ciruelos, blancos, como si nada,
y alguien en cualquier parte levantará su casa sobre el polvo y el humo de otra casa.
Inhóspito este mundo. Áspero este lugar de nunca más.
Por una fisura del corazón sale un pájaro negro y es la noche
–¿o acaso será un dios que cae agonizando sobre el mundo?-,
pero nadie lo ha visto, nadie sabe, ni el que se va creyendo
que los lazos rotos nacen preciosas alas,
los instantáneos nudos del azar, la inmortal aventura,
aunque cada pisada clausure con un sello todos los paraísos prometidos.
Ella oyó en cada paso la condena.
Y ahora ya no es más que una remota, inmóvil mujer en su ventana,
la simple arquitectura de la sombra asilada en su piel,
como si alguna vez una frontera, un muro, un silencio, un adiós,
hubieran sido el verdadero límite, el abismo final entre una mujer y un hombre.
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