Expresión atónita de papanatas vulgaris es esa figura petrificada, con sorpresa en la mirada. De entreabierta boca babeante no por prodigios insólitos sino por acciones cotidianas imperfectas observadas ni siquiera por sus propios ojos sino por el dedo que señala, la vecina que alerta, la negra humareda o el perro que no ladra o bien que aúlla en demasía.
Sus cuerpos giran muchas veces para poder calibrar bien aquello que sus ojos redondos ven, acompañados de sonrisa simple ante un empellón, un deslizamiento callejero, un endiablado aparcamiento de conductor o una colisión habitual entre vehículos.
Estos hechos les sorprenden de tal modo que uno, transeúnte accidental, se pregunta:
¿ Cómo estos papanatas de escaparates, de aceras urbanas, bordarían sus acciones diarias con milimétricas puntadas, irreprochables, impecables?
Un punto al derecho y otro al revés en un envés simétrico pero hermético y vulgar a causa de la vacuidad de sus horas, el mecanismo simplista de sus gestos y la ramplonería de sus espíritus.
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