Un deseo te provee de alas, no importa el material del que ellas estén hechas: pluma, algodón, seda, cera…, son únicamente alas, debes desplegarlas con toda la celeridad posible y emprender el vuelo en un instante, fulminante.
Con ellas te despegas de la obtusa realidad, de la mecánica de la cotidianidad, de esas metas innecesarias, en donde estás anclado con férreas cadenas y frecuentemente con pocas razones convincentes.
En su génesis es un impulso primario, un sueño en vigilia, un grito de socorro o bien una llamada de atención a tu fantasía. Es liberador, puesto que desata, desencadena, suelta lastre e impulsa tu espíritu a otras tierras, a atmósferas desconocidas.
Allá abajo, en lo hondo contemplas el paisaje aséptico, acromático, difuminado, inofensivo, aquel que hace apenas unos segundos se te aparecía de una turbulencia amenazadora.
Ahora lo sobrevuelas, con una ingravidez inusitada, placentera al tiempo que se te escapa un suspiro o bien una mirada al lejanísimo vacío…
(fragmento inédito de Prosas)
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