Quería una muerte digna y fue expuesta, caminante penitente a cuatro patas, sobre la camilla ruidosa, a través de interminables pasillos de hospitales con nombres de santos. El primer santo hospital en donde pidió asistencia, denegó tal petición, cual Pilatos impenitente, sin compasión, fue remitida a otro centro hospitalario para solicitar tal hondo e íntimo deseo, convertido ya en hipócrita falsa moral .
Debió recorrer pasillos refulgentes que la cegaban, empujada por celadores indiferentes, ajenos al sentir de la paciente.
Quería ella que acabara lo más rápido posible esta eterna agonía y los impedimentos legales, morales, de mentes estrechas, convirtieron su ansiado final en un espectáculo de los medios de comunicación, en un traqueteo impúdico, en una bochornosa tortura humana.
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